2 de octubre de 2018

RIO DE JANEIRO, oct 2018 (IPS) – La decisión de las mujeres brasileñas de lanzarse multitudinariamente a las calles de Brasil contra el candidato presidencial Jair Bolsonaro, bajo la consigna #élNo, ratifica el liderazgo del mayoritario electorado femenino contra la vuelta de la extrema derecha al poder.

Isabella Costa fue una de las participantes en las manifestaciones del sábado 29 de septiembre que bajo esa consigna inundaron las calles de más de 60 grandes ciudades del país. Ella, además, decidió llevar a su hijo de tres años, pese a los temores de incidentes que no se concretaron, a la movilización en Río de Janeiro.

Más de un millón de personas rechazaron así las pretensiones electorales del excapitán del Ejército, cuya popularidad en los sondeos despertó en la extrema derecha sueños de volver al poder, soterrados desde el fin de la dictadura militar en 1985.

“Llevar a mi hijo era importante para enseñarle desde temprano a luchar por derechos, a actuar colectivamente”, explicó Costa, de 43 años. Ella integra un grupo que forma parte de un movimiento nacional de madres que buscan “desconstruir el patriarcado y el machismo”, explicó.

Se trata de evitar un “gobierno que buscaría ahondar las desigualdades, basado en homofobia, machismo y violencia, un retroceso que parece ser la tendencia mundial”, justificó.

Costa pasó a temer el triunfo de Bolsonaro en las elecciones presidenciales, cuya primera vuelta tendrá lugar el domingo 7 y la decisiva el 28 de este mes, “al sorprenderme con gente muy próxima adhiriendo a su candidatura”.

El protagonismo asumido por las mujeres constituye solo uno de los muchos obstáculos que hacen casi imposible un triunfo del exmilitar, pese a su liderazgo en las encuestas para la primera vuelta, a la que seguirá la segunda ronda tres domingos después entre los principales candidatos, si como se prevé ninguno obtiene más de la mitad de los votos válidos.

Un mes después de la convocatoria por Internet por un grupo de mujeres, la campaña #élNo logró la adhesión de casi cuatro millones de mujeres y sigue creciendo, en Brasil y en el exterior.

El electorado femenino representa 52,5 por ciento del total de 147 millones de brasileños con derecho al voto y más de mitad de las electoras declaran en las encuestas que no votarán por el exmilitar “en manera alguna”.

Ese rechazo, que entre los hombres es también elevado pero no tanto, 38 por ciento según el Instituto Datafolha, se construyó a lo largo de la carrera de 28 años como diputado nacional de Bolsonaro, en que se multiplicaron sus actos de discriminación y prejuicios.

El colmo fue posiblemente decir en medio de una diatriba con una colega diputada que “no la violaría porque no lo merece”. La hija que Bolsonaro tuvo después de cuatro varones la atribuyó a “un momento de debilidad”.

Pero las mujeres no son las únicas con las que Bolsonaro entró en conflicto. Lo hizo con los más variados sectores, como los homosexuales, que a su juicio solo existirían por mala educación familiar, los negros, los críticos de la dictadura militar y también los pobres, otra mayoría electoral junto con la femenina.

No admite siquiera que hubo dictadura entre 1964 y 1985, ya que los militares no cerraron el parlamento, y alaba como héroe el exjefe de un centro de torturas en São Paulo, el coronel Carlos Brilhante Ustra, fallecido en 2015, denunciado como torturador y asesino de presos políticos en seis procesos, pero sin alguna condena.

El error fue “torturar y no matar”, dijo Bolsonaro en una entrevista televisiva hace dos años.

Pero sus disparates y opiniones dictatoriales no parecen importar a sus adeptos, incluidas las mujeres, que los justifican como bromas o deslices retóricos en momentos de irritación.

Las intenciones de voto para el candidato postulado por el minúsculo Partido Social Liberal (PSL) son los más consolidados, dicen los encuestadores, agravando el temor de quienes están convencidos de que Bolsonaro como presidente instalaría un régimen dictatorial, ignorando los derechos civiles y políticos.

Las contradicciones de su propia campaña electoral, sin embargo, tienden a debilitar su avance hacia el Palacio de Planalto, sede de la presidencia en este país de 2018 millones de personas.

Su asesor económico, Paulo Guedes, ya disgustó al candidato al defender la reactivación de un impuesto sobre operaciones financieras, similar a uno que estuvo en vigor entre 1997 y 2007, denostado por la población. Fue desmentido y sometido al silencio por el jefe.

Del economista típicamente liberal y ortodoxo, con doctorado en la estadounidense Universidad de Chicago, con carrera exitosa en bancos y empresas, se puede esperar frecuentes discrepancias con un candidato de pensamiento militar y nacionalista, especialmente en relación a su plan de privatización generalizada.

Bolsonaro tuvo también que desmentir y desautorizar a su aspirante a la vicepresidencia, el general retirado Hamilton Mourão, que sugirió la extinción del decimotercer sueldo anual (aguinaldo), con el argumento de representa un beneficio exclusivo de Brasil. Una declaración equivocada y desastrosa electoralmente.

Mourão, prácticamente excluido de la campaña por el excapitán, fue autor de otras citas infelices, como decir que el subdesarrollo brasileño se debe a la herencia cultural de los indígenas “perezosos” y los negros “pillos”, además de los colonizadores ibéricos acostumbrados a privilegios.

“Hogares con solo madres y abuelas” generan jóvenes inadaptados que engrosan las bandas del narcotráfico, fue otra de sus opiniones reveladoras de las creencias y lugares comunes que parecen orientar a los dos compañeros de fórmula presidencial.

Tanto Bolsonaro como Mourão, de 63 y 65 años, respectivamente, tuvieron su formación escolar y militar en los años más duros de la dictadura, inicios de la década de los 70. Al parecer no superaron los prejuicios de aquella época, agravados por el anticomunismo castrense.

“El retroceso no tiene futuro”, sentenció la socióloga y funcionaria pública jubilada Maria do Carmo Brito, de 76 años, tras identificar en la militar fórmula presidencial la negación de los derechos sociales conquistados en las últimas décadas por mujeres, negros, indígenas, minorías sexuales y familias de composición no convencional.

Son ideas hace más de medio siglo, que no reconocen los derechos identitarios, la diversidad social. Bolsonario ya dijo que prefiere “un hijo muerto a uno homosexual”, pero que no había ese riesgo en su familia por la “buena educación”.

Son convicciones que conspiran contra un buen desempeño en la segunda vuelta, aunque el adversario sea Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), también objeto de fuerte el rechazo popular, por estar manchado de corrupción y responsabilizado de la actual crisis económica interna.

Por su anticomunismo, por ejemplo, los antiguos militares proponen excluir la os cubanos del programa Más Médicos, que hace cinco años lleva asistencia al interior del Brasil. Son cerca de 8.000 médicos cubanos, la mitad del total, que en general son respetados y queridos por las poblaciones locales que atienden.

Sacarlos sería una medida muy impopular, al igual que reducir el programa Beca Familia, que concede una minúscula pensión equivalente hasta un tope de 45 dólares mensuales a familias con ingreso de apenas 20 dólares.

Es un programa exitoso de combate a la pobreza y el hambre, pero que los derechistas acusan de asistencialista y fomentador de indolencia, que el PT habría implantado con fines puramente electoreros.

Es muy difícil ganar unas elecciones amenazando a las mayorías sociales como las mujeres y los pobres.

 

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