3 de octubre de 2019
Foto: Ricardo Stuckert

El pasado 26 de septiembre, Baltasar Garzón se entrevistó con Lula da Silva, presidente de Brasil entre 2003 y 2010, en la Superintendencia de la Policía Federal de Curitiba, capital del Estado de Paraná, donde se encuentra preso desde el 7 de abril de 2018. La petición había sido del propio Lula y fue cursada por el instituto que lleva su nombre aduciendo “su reconocida autoridad internacional de defensor de los Derechos Humanos”. Garzón forma parte de la plataforma de juristas internacionales que reclaman la libertad del expresidente.

Llegamos al aeropuerto de Curitiba, un mastodonte exagerado que no responde a las necesidades de una ciudad de poco menos de dos millones de habitantes del sur de Brasil, y que quizás refleja una dinámica propia de la penetración de la corrupción a través de las grandes construcciones en las que se reparten comisiones a diestro y siniestro. Es jueves, 26 de septiembre de 2019. Arribo procedente de Sao Paulo con Paulo Vannuchi, persona entrañable, viejo luchador contra la dictadura, en la que sufrió torturas, persona muy próxima al presidente Lula, ministro de Derechos Humanos en su Gobierno y miembro de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Fue a través de él como conocí al presidente cuando concluía su segundo y último mandato.

Somos los primeros en llegar. Tenemos que esperar casi una hora porque Tarso Genro, ex prefecto (alcalde) de Porto Alegre entre 2001 y 2002, cuando lo conocí en el Foro Social, y desde entonces amigo, viaja en un vuelo que lleva retraso. Tarso ha sido ex ministro de Educación, Relaciones Institucionales y Seguridad y Justicia en el mismo gobierno, además de gobernador de Rio Grande do Sul y dirigente histórico del Partido de los Trabajadores (PT). La demora motiva que nos tomemos otro café y, para mí, que si habitualmente duermo poco, la posibilidad del sueño se esfuma por completo.

Nos fundimos los tres en un abrazo y nos preguntamos, no sin cierta emoción, cómo encontraremos al presidente. Hoy que además se está debatiendo en el Supremo Tribunal Federal de Justicia acerca de las irregularidades cometidas por el juez Sergio Moro y el Público Ministerio en el procedimiento penal conocido como Lava Jato, por blanqueo de dinero y corrupción, que ha levantado polvaredas dentro y fuera de Brasil. Tenemos la sensación de que las revelaciones de The Intercept han desvelado y lo siguen haciendo a día de hoy el contubernio entre la acusación y el juez que condenó a Lula y otras relaciones espurias que ponen en tela de juicio la limpieza de ese proceso.

Nos dirigimos al restaurante Vindouro, donde nos juntamos con varios seguidores del presidente, entre los que se encuentran Manoel Caetano Ferreira, profesor de Proceso Civil en la UFPR y decano de la Facultad de Derecho; Luis Carlos Rocha y Marian Gonçalvez, dos de los abogados de Lula; y Wilson Ramos Filho (Xixo), profesor y presidente del Instituto de Defensa de la Clase Trabajadora, que participan en la campaña de apoyo de forma permanente y desinteresada, al igual que hacemos un numeroso grupo de juristas de diversos países, aglutinados en una plataforma sobre el Lawfare. La comida es agradable aunque mi dieta estricta de transición de carnívoro a vegetariano me impide disfrutar de algunos alimentos bien sabrosos a simple vista.

El barrio de Moro y de ‘Lava Jato’
Todos hablamos sobre las novedades del caso y las filtraciones de Glenn Greenwald y The Intercept. Xixo incluso nos regala un libro: Relaçoes Obscenas, editado por el grupo de apoyo, en el que se relatan los primeros meses de filtraciones. Sencillamente impactante a la vez que escandaloso.

Nos dirigimos hacia el lugar de reclusión en el que se encuentra Lula; establecemos una mínima estrategia sobre lo que debemos decirle, especialmente si estuviera deprimido, aunque nos advierten los compañeros que nos vamos a llevar una sorpresa. El encuentro está fijado para las 16.00 horas. Llegamos en varios vehículos. La tarde es soleada, unos 25 grados, las calles se ven semivacías, probablemente por la hora, aunque el tráfico se acentúa en las proximidades del lugar de destino. Se nota que Curitiba es una urbe próspera, la ciudad de Sergio Moro y de Lava Jato. Veo algún cartel que dice “Acabar con todos los de Lava Jato”. Me dice Xixo que en esta ciudad siempre gana la derecha.

Se trata de un barrio residencial. Una especie de recinto en el que hay unas 30 personas y otras que van llegando con carteles que rezan “Lula Libre”. Hay jóvenes y mayores; me recuerdan a quienes se congregaban frente a la clínica en Londres cuando tuvo lugar la detención de Pinochet o frente a la Embajada de Ecuador en el mismo Londres, pidiendo la libertad de Assange y su no extradición a Estados Unidos. Hay viejos militantes y otros que se emocionan cuando más tarde nos reunimos con ellos. Varios me abordan y me dan las gracias por estar allí, por apoyar a Lula; viene algún español de Murcia y otro de Canarias. Me advierten de que más tarde, cuando salgamos, serán muchos más.

Son las 15.30 y pasamos el rato de espera en un pequeño bar con paredes amarillas y techumbre metálica. De nuevo, el enésimo café carioca.

En la prisión
Llega la hora y el grupo de apoyo lo tiene todo organizado. Nos aproximamos a la entrada de la sede de la Policía Federal en donde está preso Luiz Inácio Lula da Silva, cumpliendo una condena impuesta por el juez Sergio Moro de 12 años de privación de libertad. Pasamos por control, nos hacemos una foto en la puerta que después navegará por las redes sociales. Se da la paradoja de que el presidente Lula inauguró este centro el dos de febrero de 2007 y así consta en una placa a la entrada.

Los trámites administrativos para el acceso de visitas son muy similares a los que se exigen en una prisión española. No permiten teléfonos, ni cámaras; solo papel y bolígrafo. Entramos Tarso, los dos abogados y Paulo Vannuchi como intérprete (una excusa para poder incorporar a uno más, porque toda la conversación se realizaría en portugués sin traducción). Subimos acompañados de un alto responsable de la policía federal de ascendencia polaca que se ha convertido en el funcionario que vigila a Lula y también en el mejor amigo. El magnetismo del presidente se aprecia hasta en esto, tanto con este funcionario como con los demás, incluido el prefecto, que nos recibe en su despacho (Tarso había sido su jefe) y nos ofrece un vaso de agua. Hablamos de la situación en general de Brasil y de recuerdos personales. Pasamos a la siguiente estancia para que repitan similar operación de identificación; nombre, carné y registro ocular. Además de un cacheo, tipo aeropuerto, cuando el arco suena. Subimos al quinto piso, donde se encuentra la habitación-celda.

Lula: “No cederé ni un milímetro”
Entro yo en primer lugar. El presidente viste un chándal azul marino, está muy bien físicamente, le brillan los ojos, que siguen igual de inquietos y rebeldes que las dos veces anteriores en que le vi, cuando era presidente, en el Palacio de Gobierno de Brasilia. Y cuando ya no lo era y le entrevisté sobre los artículos 23, 24 y 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, para la serie documental Voces para un mundo mejor, dirigido por Fernando Olmeda, producido por Plural Entertainment y con la participación de FIBGAR, en la sede del Instituto Lula.

Lo capta todo antes de que llegue a su altura; directamente me da un abrazo prolongado, con una energía impropia de quien cumplirá 74 años un día después (27 de octubre) de que yo cumpla diez menos. El abrazo se prolonga en el tiempo: me susurra al oído palabras de agradecimiento por estar allí. Le digo que es una obligación como jurista, y como miembro de la plataforma de apoyo, y un honor, en todo caso. Los otros visitantes hacen lo mismo e igualmente la fuerza en el abrazo es impresionante; con Tarso es aún más intenso.

Inmediatamente habla de política. Nos sentamos en torno a una mesa redonda y el policía nos deja solos. Lula nos ofrece un café que él mismo ha preparado y mantiene caliente en un termo. Sin darnos tiempo a nada, con la urgencia y dinamismo que siempre despliega, comienza y afirma enfáticamente, como el que está esperando a vomitarlo: “No cederé ni un milímetro. Sé que lo pongo difícil a mis abogados, pero sé también la mentira que me trajo aquí y es mi dignidad lo que está en juego. Es mi honra. No voy a aceptar las mentiras. Solo quiero y confío en el Derecho”.

Prosigue: “Detrás de todo esto está el Departamento de Estado de Estados Unidos. Los USA no han permitido ni permitirán que Latinoamérica sea protagonista de nada. Estados Unidos está, en el fondo, detrás de lo que acontece en Brasil. Los recursos naturales (petróleo) figuran en el origen. No acepto cualquier pena, ni reducción, ni medidas que atenúen mi prisión. Solo quiero la absolución total”.

Moro, “un canalla”
Habla entonces sobre su verdugo: “[El juez] Sergio Moro es un canalla. Quieren destruir mi resistencia, pero no lo van a conseguir”. En relación a los ministros [jueces] del Supremo Tribunal Federal, afirma: “Nunca nombré a ministros para que me hicieran favores, sino para que cumplieran su obligación e impartieran justicia. Yo era el garante de la Constitución brasileña; por eso el único favor que pido es el de la responsabilidad a la hora de decidir. Fuimos nosotros quienes implementamos las reformas necesarias para que se combatiera la corrupción”.

Añade Lula: “La confabulación entre élites empresariales, políticas y mediáticas, junto con las judiciales, ha sido patente: había que acabar con el Partido de los Trabajadores (PT). El acuerdo entre O Globo y Moro ha sido obsceno. Todos temían a Moro. Llegó a tener un poder absoluto”. Más aún: “Voy a defender las instituciones, como siempre he hecho y esto será una lección para el pueblo brasileño y el mundo entero”. Tiene también palabras para su formación, el Partido de los Trabajadores, y para Tarso: “El PT tiene muchos defectos pero es mucho mejor que todos los demás. Tarso, tienes que implicarte más y ayudar a los compañeros: te necesitan”.

“No perdono ni disculpo a quienes me han condenado sin pruebas, ellos son responsables en gran parte de lo que está aconteciendo en Brasil. Eso no es luchar contra la corrupción, sino acabar con una opción política y las personas que la representamos” –continúa– .“Para conseguir esto son evidentes las conexiones antes mencionadas y son conocidos los autores de esta enorme trama. Detrás de esta canallada están la policía, el poder judicial y el Público Ministerio [Fiscalía]”.

“Todo lo que se ha construido es una mera apariencia de la realidad. “Garzón”, dice de nuevo con energía, sujetándome de los antebrazos y mirándome a los ojos, “si creyera y tuviera consciencia de que hay en mí un solo milímetro de culpabilidad, no estaría aquí con usted”. Con el mismo énfasis y emoción le contesto: “Si yo creyera que en usted concurre siquiera medio milímetro de culpabilidad, no habría venido aquí”.

Una injusticia que se agranda
“Juez Garzón”, me señala, “gracias por su lucha y por su visita”. En este momento se emociona y se le quiebra la voz a la vez que se le empañan los ojos y me dice: “Mi dignidad está por encima de todo. Jamás pediré progresión –se refiere a la progresión de grado o de semilibertad, que ya han pedido los fiscales en el día 27 de septiembre, con tobillera y arresto domiciliario– ni la aceptaré “–así lo expresó el 28 de septiembre–. “No me importa seguir preso porque, cada día que pasa, se agrandará la injusticia cometida contra mí”.

“Bolsonaro está destruyendo al país. Bolsonaro es un incompetente y un peligro para Brasil y para el mundo. Sería necesario que la oposición se uniera y fuera consciente de ello y evitar así el daño irreversible que este sujeto está produciendo“, asegura categórico. Y expresa su preocupación por el predominio religioso de los evangelistas: “Si la Iglesia católica no se reestructura y reacciona, en 2030, será apenas testimonial a favor de los evangélicos. Su mensaje es pasivo y no emociona a los más desfavorecidos”. No puede evitar aquí el tono preocupado: “Siento dolor por mi país, por los abusos que se están produciendo contra los más vulnerables, por el desastre medioambiental”.

Demuestra Lula su interés por España y su seguimiento de la actualidad: “No comprendo cómo no ha habido una coalición progresista entre el presidente Sánchez (PSOE) y Pablo Iglesias (UP). Es preocupante que eso pueda facilitar una victoria de una coalición de derechas, que no dudarán en absoluto en pactar y gobernar. España es fundamental en el contexto internacional y para Latinoamérica. Usted lo sabe bien, Garzón, porque conoce esta parte del mundo perfectamente”.

Despedida
Lula se crece con la palabra en el escenario de su celda, de unos 20 metros cuadrados. El mobiliario es escueto: un televisor, una cama sencilla pegada a la pared y haciendo esquina. Una cortina al frente protege de la claridad. Tiene una cinta andadora, pesas y tensores. Hay además una mesa redonda y un armario empotrado. Veo un rosario, lo comento y guiñándome un ojo, me dice: “Es que soy católico”. Allí está preso pero no vencido. Todo lo contrario: la lección política que ofrece, la entrega a su país, la tensión sostenida por los procesos electorales en Latinoamérica (Argentina, Bolivia, Colombia…), su voz firme, enérgica con ganas de hablar y de ser escuchado, y sobre todo de denuncia rotunda hacia la tremenda injusticia que sufre, demuestran su entereza y la fuerza que nace de dentro, de lo más profundo de las convicciones de quien ha hecho de su vida el servicio al pueblo brasileño.

La reunión ha terminado. Ha durado una hora, treinta minutos más de lo autorizado. Me abraza casi como si no quisiera que nos marcháramos y me murmura al oído. “Soy inocente, Garzón, difúndalo al mundo. Aunque sea lo último que haga en mi vida, lo probaré”.

Nos emocionamos de nuevo. Siento que no solo está convencido de lo que dice, sino que es cierto. Tengo la misma sensación a la que tantas veces me he enfrentado y conozco cuando alguien te dice la verdad.

“Presidente, lo sé y por eso estamos aquí”, le digo. “No dude que lo vamos a difundir. Lo estamos haciendo, grupos de juristas de diversos países, porque el Derecho no puede utilizarse como un instrumento para perseguir a los oponentes políticos o a los que se quiere neutralizar por esas mismas razones o otras de carácter económico. Estoy de acuerdo con usted, no debe ceder a la progresión de grado que le proponen, porque de aceptar tendrán la excusa para que se diluya el apoyo y la causa por la que está luchando. No puede usted llevar una tobillera, sería humillante. Todo lo que está sucediendo contribuye a que las apariencias se descubran como trampas. Hay que cambiar el paradigma, hay que demostrar a la sociedad que tienen a un inocente en la cárcel y nosotros lo vamos a proclamar”.

La injusticia
El tiempo ha volado. Lo cierto es que salimos mucho más reforzados que entramos. A mí me ha impactado la fuerza y el magnetismo que el presidente Lula transmite. Así se comprende todo lo que ha hecho por Brasil y que haya sacado de la pobreza a más de 40 millones de brasileños y brasileñas. Solo por esto no puede comprenderse lo que ocurre con este caso y otros que le afectan. Mucho más después de saber las revelaciones de The Intercept, y las connivencias entre fiscales y juez.

Cuando inicié este viaje lo hice con el temor de encontrarme a un hombre derrotado. La firma de manifiestos duros y contundentes me preocupaba por si estábamos excediéndonos en el apoyo. Ahora me voy mucho más convencido de la inocencia de un hombre al que admiro y que me hace dudar seriamente de la acción de la justicia, al menos en este caso. Me resulta muy difícil comprender el grado de manipulación y de inconsistencia procesal que rodea al mismo. Ya lo pensaba antes, pero ahora lo confirmo absolutamente. Cuando salgo de la superintendencia, me encuentro en shock, con el dolor de haber estado frente a alguien que está sufriendo una tremenda injusticia y me viene a la cabeza la bienaventuranza de Jesús en el Sermón de la Montaña sobre la Justicia: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. Desconozco si él creerá en ello, aunque presiento que sí al haberse confesado católico, pero lo que pienso es que ésta es una causa por la que merece la pena luchar. Y la liberación de Lula debería ser un grito unánime como el que después pronunciamos hasta desgañitarnos.

‘Lula libre’
Salimos y, a las afueras, nos espera la vigilia Lula libre. Un centenar de personas aguardan con impaciencia las declaraciones que vayamos a hacer los visitantes; de saber cómo está el presidente.

Tarso, Vannuchi y yo tomamos el altavoz de campaña, como si estuviéramos anunciando algo, y nos esforzamos en transmitir nuestras impresiones. Grito la inocencia de Lula, pido al poder judicial que reflexione y decida sobre la excarcelación y la inocencia del presidente. Solo así recuperará la credibilidad. Luchar contra la corrupción no puede equipararse a la aniquilación política de una persona.

El próximo 27 de octubre, él cumplirá 74 años; un día antes, yo cumpliré 64. Espero y deseo que podamos celebrarlos con el presidente Lula en libertad.

El ‘caso Lula’
El 12 de julio de 2017, Lula fue sentenciado en primera instancia a nueve años y seis meses de
prisión por el juez Sergio Moro, hoy ministro de Interior del Gobierno deJair Bolsonaro. Fue la
primera vez en la historia de Brasil que un expresidente era condenado por corrupción pasiva.
Lula se entregó voluntariamente el 7 de abril de 2018.

Las dudas sobre el proceso que le ha llevado a la reclusión, enmarcado en el caso Lava Jato que afecta a varios países latinoamericanos, son cada vez más fuertes. El periódico The Intercept ha publicado una serie de reportajes revelando intercambios de mensajes entre el exjuez y actual ministro de Justicia de Brasil, Sergio Moro, y el fiscal del Ministerio Público, Deltan Dallagnol.

Según estas informaciones, Moro colaboró de forma irregular con el grupo de trabajo de la
operación Lava Jato en su época de magistrado, rompiendo con la imparcialidad. El Supremo
Tribunal Federal de Brasil ha determinado esta pasada semana que el exjuez Sergio Moro violó el derecho de defensa en determinadas condenas que se podrían ver anuladas. Entre ellas se
encuentra la de Lula da Silva.

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